Hace cien
años las mujeres eran histéricas, pero llegó el psicoanalisis y las curó. Entonces,
las mujeres se deprimieron. Es que el Dr. Freud les había mostrado sus deseos, y
cuando ellas los vieron quisieron alcanzarlos, pero la sociedad estaba ciega.
Claro que cuando uno se enfrenta con sus anhelos más profundos, volver atrás no
es fácil, así que ellas decidieron hacer las cosas por sí mismas: disfrutar su
sexualidad, tener sólo los hijos que podían criar, estudiar, trabajar y, a
veces, hasta ser exitosas. Pero claro, con tanto esfuerzo algunas cosas
empezaron a ceder. No mucho: algunas glándulas, como la tiroides, se pusieron a
fabricar nódulos por cuenta propia, o los ovarios a hacer quistes. También alguna
piedra en la vesícula, o unas terribles jaquecas. ¡Nada que la moderna medicina
no pueda tratar exitosamente!. Claro, ante tanta producción, los hombres, una
vez más, no supieron muy bien que querían sus mujeres y empezaron a dejarlas
solas. Con el hogar, la economía, la sexualidad, que si bien ejercen libremente,
no como ellas quieren. Ellos prefieren deambular de una a otra cama sin
comprometer sus sueños en ninguna. Desayunan y se van, porque temen
aquerenciarse, algo visto como muy inconveniente en estas epocas.
Pero el
tema aquí no son ellos, sino ellas y sus
devenires. Con la pastillita anticonceptiva, la de “la levo” en la cartera y
algún trapax por las dudas, las chicas aprueban exámenes, crian hijos, pagan
alquileres y manejan automóviles. A veces, hasta ganan elecciones. Al fin parecen
haber conseguido lo que querían. Aunque las quejas siguen, porque ese deseo
dejó de parecerles propio. Me explico: las madres de estas mujeres trabajaron,
a veces estudiaron, volvieron al hogar, lo limpiaron y prepararon la comida.
Antes de irse a dormir dejaron la ropa planchada para el dia siguiente y se sintieron
realizadas con el bizcochuelo para el desayuno y el puesto de empleadas de
comercio. Pocas de ellas quemaron sus sujetadores, pero sus hijas… ¡hay sus hijas! Por supuesto, heredaron de
sus madres todos los derechos arduamente conquistados. No tuvieron que luchar
para estudiar, tener una economia independiente, decidir cuando y cuantos hijos
tener, porque ya estaba hecho. Claro que no sólo tienen derecho a trabajar sino
que, ahora, estan obligadas a hacerlo. Y no deben tener hijos hasta asegurarse
un futuro estable, lo cual raramente ocurre antes de los cuarenta, cuando ya
casi no son fecundas. Sin embargo, la ciencia viene otra vez en su auxilio, y
como se esforzaron para conseguir holgura economica, pueden pagarse modernos tratamientos
para estimularse, inseminarse, llenarse de hormonas, comprar espermatozoides
congelados, y ser felices madres a los cuarenta y cinco o más, si la naturaleza
las acompaña y la paciencia tambien. Estas chicas le van ganando al tiempo. Parecen haber conquistado la eterna juventud,
se ven hermosas a toda edad. Con algún esfuerzo extra, claro. Entrenan antes o
depués del trabajo, gastan dinero en cremas, vestidos, zapatos y carteras, van
a bailar con las amigas y entre todas sostienen viva la esperanza de que el
amor llegue. Y si no llega se culpan a sí mismas por hacer malas elecciones, se
hacen un hueco en la agenda, van al psicólogo a recuperar ilusiones, y al
cirujano para hacerse un “retoque” en los pechos, la nariz, los gluteos o la
cicatriz de la cesárea ¡Y siguen participando! La sociedad mira para otro lado
mientras esas glamorosas mujeres, como siempre, se hacen cargo del futuro, de los
pibes que van naciendo -o no- de la escolaridad, de la casa, de la comida, de
los viejos que se van internando y muriendo y, además, de lo que él no quiere,
no sabe o no aporta. O sea, el futuro del mundo sigue en manos de ellas, que homologaron su derechos con los del varón, pero
no consiguieron ni la mas mínima ayuda para sí mismas. Ahora, cuando no sólo tienen
el derecho de realizarse sino la obligacion de hacerlo, las aguarda otra
sorpresa.
Una mañana
se levantan… y les duele todo. El médico las revisa y les encuentra ¡18! puntos
dolorosos. Ella no tenía ni idea de que estaban allí, silenciosos, esperando a que
alguien los toque para quejarse. El médico
le diagnostica fibromialgia, una nueva enfermedad, dice, de origen
desconocido. El sistema nervioso, la genética, el temperamento. En fin. Le
receta un calmante suave, pero no funciona. Además, nadie le cree, asi que, con
o sin dolor, sigue la marcha. Le cuesta moverse. Soporta y busca. Se deprime. Si
tiene suerte, una amiga, una maestra espiritual, un psicólogo lúcido le
recomendarán que cambie de vida. Ella escuchará o no. Si escucha, pondrá límites.
El tiempo para el reiki, el yoga, la meditacion y su descanso no serán
negociables, por que habrá comprendido la diferencia entre desear y cumplir con
los mandatos para no sentirse culpable. Se dedicará a lo que siempre quiso:
recuperará los pinceles, la pluma o tomará clases de piano. Si no escucha,
seguirá reclamando la cura mágica que se tiene ganada con tanto esfuerzo. Por
fin, en algun consultorio le darán la receta de pregabalina. Al principio, aunque
le cueste despertarse, el dolor cede. Despues, inexplicablemente, empieza a
pensar que la vida no vale la pena.Ada Fanelli